Barcelona 2008: Straight into our hearts

Por Jordi Sopena Palomar.

19 y 20 de julio del 2008, Barcelona.- Apoteósico, excepcional, vibrante, emocionante… Hace tiempo que Bruce Springsteen agotó todos los adjetivos que podían adjudicársele. Hace tiempo que Bruce Springsteen conquistó el corazón de Barcelona y de los miles de fans españoles que asisten a todos sus conciertos en la Ciudad Condal. Este año, el Magic Tour brindaba una doble cita en un majestuoso escenario, el Nou Camp, un estadio Cinco Estrellas que, durante los dos últimos años, sólo ha sido un sumidero de llanto y desesperación por culpa de las desventuras del Barça, pero que se había preparado a conciencia para vivir un auténtico éxtasis.

Y, sin duda, lo fue. Ambos conciertos deben comprenderse como una unidad, como una continuación, como una función única de más de seis horas, a pesar de que algunos números se repitieron. La primera noche fue para los primerizos, para aquellos que asistían por primera vez a un concierto de Bruce Springsteen. Era el momento de unirse a la hermandad y de familiarizarse con las canciones más conocidas del genio de Nueva Jersey. Quizás consciente de esa circunstancia, Bruce encabezó el setlist de su primera noche en Barcelona con No Surrender, el eterno himno que preconiza un optimismo irreductible y una resistencia numantina. Las pocas novedades respecto a la apertura en San Sebastián sugerían que no iba a ser una noche para desempolvar viejas joyas. No obstante, tampoco hizo falta para levantar los ánimos del respetable, que cantaba cada canción con un entusiasmo y una intensidad que ya querrían otros públicos europeos, más pasivos en los conciertos del Boss.

Uno de los momentos culminantes de la noche llegó con Hungry Heart. Escuchar a más de 70.000 personas cantar al unísono (a veces con más fortuna que otras) ayuda a comprender la magnificencia del fenómeno Springsteen. Al igual que hizo en San Sebastián, la batería de Summertime Blues sirvió para recoger las peticiones de los fans. Tras esta canción de Cochran, Brilliant Disguise aporto el acento romántico a la velada, con Bruce y Patti regalándose arrumacos y cantando a dúo. A continuación, la armónica de Bruce adivinó los primeros compases de The River, una de las mejores composiciones de Bruce, la triste historia de una pareja de enamorados que se desintegra por un cúmulo desgraciado de circunstancias. La desgracia también atiza a los protagonistas de Atlantic City y de Candy’s Room, víctimas de un futuro incierto y miserable, condenados a las tinieblas de la condición humana.

La bruma empezó a disiparse con uno de los regalos de la noche, Janey don’t you lose heart, uno de los maravillosos outtakes de Born in the USA. Backstreets, otra de las joyas tocadas, constituye una auténtica epopeya de la amistad juvenil, otra de las obras maestras del Born to Run. Una tras otra fueron cayendo canciones y así se llegó a los bises, muy generosos. La fantástica Jungleland nos sitúo en los callejones ardientes de cualquier noche de verano en cualquier ciudad de Jersey, Born to run nos hizo vibrar con su huida hacia delante, Bobby Jean nos emocionó, Glory Days, Dancing in the dark y American Land pusieron la nota festiva. Y, por último, el Twist and Shout unido a La Bamba nos trasladó veinte años atrás, a los maratónicos conciertos de la gira Tunnel of Love, cuando Bruce enlazaba ambas canciones.

Si bien en el concierto del primer día Bruce se limitó a no correr riesgos con el setlist y aun así triunfó, en el segundo abrió el tarro de las esencias, rescató viejas joyas del baúl del tesoro y volvió a triunfar. Spirit in the Night, que recuerda tanto al gran Danny Federicci, fue uno de los primeros regalos. Do you feel the spirit?, aullaba el Boss. Como para no sentirlo, Bruce. El espíritu de la redención, de la felicidad, de la fe, del compañerismo, de la amistad, de la fuerza, de la vida. Ese espíritu se captura en tus conciertos, Bruce.

Light of day fue otra de las sorpresas de la noche, juntamente con This Hard Land y Youngstown. Tres maravillosas interpretaciones para una noche épica. Murder Incorporated, otro de los outtakes de Born in the USA pero regrabada en 1995 con motivo de las sesiones del disco Greatest Hits, cerró el círculo de novedades por unos momentos. Tras Livin’ in the future, llegó uno de los momentos culminantes de la noche. Bruce, tras dirigirse al público, enseña un cartel luminoso en el que se lee I’m going down, una de las canciones menos interpretadas del Born in the USA, pero, curiosamente, siempre una de las más aplaudidas. Y cayó, por tanto, I’m going down, estreno mundial en esta gira.

El poker The Rising, Last to die, Long Walk Home y Badlands tomó el relevo. Badlands sonó más poderosa que nunca, quizás por el impresionante coro de 75.000 voces que la acompañaban. Una magistral interpretación de Thunder Road inauguró los bises, a la que le siguió el Detroit Medley. Por petición de un fan del público, Bruce rescató para todos los congregados en el estadio Rosalita, una de las mejores y más emotivas historias de amor que ha escrito Bruce. Para cerrar el concierto, Bruce repitió la formula del Twist and Shout fusionado con La Bamba.

En resumen, dos conciertos, dos hitos en la historia de la música, más de 150.000 personas vibrando al son del Boss. El poderoso arraigo de Bruce con la Ciudad Condal queda claramente demostrado con los gestos que el cantante le profesa a Barcelona. El hecho que sus hijos se unieran a la banda al final de los dos conciertos es una muestra más que suficiente de la confianza que le transmite el público español a Bruce y viceversa.

El afecto de Barcelona por Bruce Springsteen comenzó el 21 de abril de 1981 y casi 28 años después todavía conserva intacta la frescura y la intensidad del primer amor. Que Bruce forma parte de la banda sonora de la ciudad ya es un hecho. Que Bruce es uno de los artistas más respetados en España y, sobre todo, en Barcelona, también es una realidad. Muchos han intentado buscarle una explicación a esta historia de amor, cosa harto difícil e irresoluble. Hay fenómenos que no se rigen por parámetros racionales, simplemente por la pasión más primitiva. Y a éstos no cabe buscarles una explicación, sino simplemente disfrutarlos con la máxima intensidad posible. Durante los dos conciertos, un joven de 25 años lloró, rió, se desgañitó, gritó y bailó en el lapso de tres horas. ¿Le entienden? ¿Les suena la historia? See you on the road.

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