La Llama Encendida

Por Agustín de Grado / The Stone Pony

 

Durante los años más fecundos de su carrera, los que transcurren entre 1973 y 1985, cuando Springsteen descorchaba canciones de una efervescencia creativa envidiable para otras estrellas de la época, multitud de temas imperecederos (“Thundercrack”, “This Hard Land”, “Because the Night”, “Loose Ends”, “The Promise”…) no encontraron hueco para su publicación, incluso siendo superiores a otros que finalmente terminaron en el disco. El compositor de Frehoold siempre justificó estas ausencias con el mismo argumento: no encajaban en la historia que pretendía contar. Desde su debut a “Wrecking Ball”, Springsteen se había mantenido fiel a este criterio.

 

Con “High Hopes” ha roto el dogma. Springsteen se ha liberado de los fórceps que conllevan el parto de una obra conceptual y publica por primera vez una colección de canciones de gestación aleatoria y donde las propias hacen hueco a las ajenas, algo insólito en sus albums de estudio precedentes. Canciones que, justifica en su presentación el propio Bruce, “siempre he pensado que tenía que editar”, pero que no son el resultado de un concienzudo y deliberado proceso creativo, sino más bien el fogonazo de un arrebato provocado por la influencia cada vez más evidente de Tom Morello en el de New Jersey, como el propio Springsteen reconoce. “Tom y su guitarra se convirtieron en mi musa”, escribe en las notas de presentación. ¿Qué pensará Steve Van Zandt, él que le sacó del atolladero en “Born to Run”, por ejemplo, y nunca tuvo reconocimiento tan explícito? En fin… eso es harina de otro costal. La realidad es que, a sus 63 años, el Springsteen que nos regala “High Hopes” está en las antípodas de aquel joven obsesionado por que cada disco fuera una obra definitiva, por qué no eterna, y que se dejaba literalmente la vida en conseguirlo. Componía, grababa, desechaba, retocaba, volvía a grabar… hasta la extenuación… nuevos temas, distintas tomas, otras letras… noche tras noche, en una dinámica febril y agotadora. Alumbrar cada disco le dejaba exhausto.
Hoy Springsteen disfruta de la seguridad que otorga la madurez, el éxito asegurado y una sabrosa cuenta corriente. Y como nada en él es previsible -nunca lo ha sido- nos ofrece este puñado de criaturas heterogéneas. Amalgama, entresijo, combo en el que cada uno podrá encontrar algo del Springsteen que conoce. También del artista honesto obligado a renovarse para poder seguir mirándose al espejo cada mañana sin ver reflejada una insultante caricatura.

 

En “High Hopes” hay de todo. Rastros del pasado, dosis de rabioso presente y algún destello que ¿adelanta el futuro?… Quién sabe… Los nostálgicos de la época “The River” y la complicidad perdida con Steve Van Zandt saltarán con “Frankie Fell In Love”, que les evocará “Two Hearts” y todo aquel sonido de garaje que encerró un disco insuperable. Los que aún estén atrapados en la fiesta celta de “Wrecking Ball” o la Seeger Sessions tienen “This Is Your Sword” para proseguir el baile. ¿Qué te atrae la música negra, su percusión frenética y los coros góspel que invitan a la celebración colectiva? Dale una oportunidad a la nueva y enérgica versión del “High Hopes” de The Havalinas, pero sobre todo encadénate a “Heaven’s Wall”, de la que ya imagino su intensa versión en directo con ese obsesivo “raise your hands, raise your hands, raise your hands”.

 

Por su interpretación en directo con la E Street Band conocemos desde hace muchos años esos dos temazos que son “American Skin (41 Shots)” y “The Ghost of Tom Joad”, ahora con la afilada guitarra de Morello. Echando chispas en el in crescendo sobrecogedor de esa metáfora del miedo como detonador de violencia que son los 41 disparos de la policía sobre Diallo. Desprendiendo quizá exceso de artificio en el solo que cierra la historia de ira, desamparo y promesas rotas que inspira el personaje de Steinbeck. Pero tanto una como otra, demostración de lo que es capaz la E Street Band cuando se la deja expresarse sin ataduras.

 

Al Springsteen folk lo encontrarás en “The Wall”, con la hermosa trompeta de Kurt Ramm sonando en homenaje al amigo caído en combate. Pero si buscas al Springsteen más reconocible lo encontrarás en “Just Like Fire Would”, versión de The Saints con las guitarras sazonadas por los vientos y esos arreglos de cuerda tan frecuentes desde “The Rising”. Bien, lo reconozco, la canción le viene como anillo al dedo. Pasaría por una suya si no estuviéramos pendientes de los créditos. Pero la pregunta es obvia: ¿no tenía Springsteen un tema original a mano para haber cubierto el flanco rockero?
Las sorpresas de “High Hopes” proceden de la vena intimista del compositor de New Jersey, que ha inspirado los dos mejores temas de los seis que no conocíamos previamente. “Down In The Hole” se desliza amable con la percusión y el teclado de “I’m On Fire”, pero remueve tus entrañas con el violín acerado de una historia desesperanzada envuelta en una atmósfera de coros sinuosos y Springsteen buscando su voz en el eco de Curtis Mayfield. En “Hunter Of Invisible Game” es un vals quien te mece mientras acompañas a sus protagonistas por páramos de desolación. ¿Son estas dos canciones la avanzadilla del porvenir?

 

Si “High Hopes” arranca con un grito de reivindicación rabiosa en un mundo cruel (“Grandes esperanzas / Que alguien me diga cuál es el precio / Quiero comprar algo de tiempo y quizá vivir la vida / Quiero tener una esposa, quiero tener hijos / Quiero mirarles a los ojos / Y saber que tendrán una oportunidad”) se cierra con un mantra que anima a no desfallecer: el “Dream Baby Dream” de Suicide, facturado por Springsteen en una versión estremecedora. “Sueña, cariño, sueña… / venga, sigue soñando, sueña, cariño, sueña… / mantén la llama encendida…” Colofón al alto voltaje de denuncia social que encierra “High Hopes” por la misma razón que lo era a los conciertos del “Devils & Dust”. “Da en el clavo porque, tras una velada repleta de narraciones y de detalles, al final esas pocas frases repetidas una y otra vez captan la esencia de todo lo dicho”, explicó Springsteen en 2006.
 

“High Hopes” no es un trabajo completo, como “Wrecking Ball” o “Magic”. No es una narración cerrada como lo fueron en su día “Born to Run”, “Darkness On the Edge of Town” y “The River”. O en otro registro “Devils & Dust” y “Nebraska”. “The Rising” también contaba la historia de un momento. Con su carácter de miscelánea de estilos y sonidos frecuentados, ninguno completamente nuevo, de canciones originales compitiendo con otras ajenas, “High Hopes” se antoja más bien una encrucijada de caminos. Como si después de haberlos transitado todos, cada uno en su momento, con mayor o menor fortuna, Springsteen hubiera llegado a un punto en el que, oteando el horizonte, se preguntara: hasta aquí de lo que soy capaz y ya conocéis; ¿ahora cómo sigo? No es la primera vez que enfrenta tal disyuntiva. Le caracteriza el inconformismo (de la cima a la que le catapultó “Born in the USA” descendió voluntariamente con el aún incomprendido “Tunnel of Love”) y hasta equivocándose (“Human Touch”) nunca renunció a evolucionar. El de New Jersey resolverá el dilema. Que yo asista con recelo y ceño fruncido viéndole tan interesado en los arreglos digitales y el abuso del tinglado electrónico como reticente a aprovechar el poder genuino de su E Street Band (“No hay otro fuego como el de la forja y la cocina de mi propio hogar”, escribe Dickens en “Grandes Esperanzas”) es asunto mío. De cómo mantengo la llama encendida…

 

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