If The Dreams Comes True

“En el principio era el verbo, y el verbo estaba con Dios, y el verbo era Dios. Éste estaba en el principio junto a Dios. Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” Juan 1:1-3, 14
Donosti, 15 de julio del 2008-. Según los relatos mitológicos griegos, Prometeo fue el gran benefactor de la humanidad al entregar el fuego al resto de los mortales, desafiando el rígido status quo impuesto por los Dioses. Ese gesto se identifica, en la tradición occidental posterior, con el principio de la evolución y la contribución al desarrollo del ser humano. La entrega del fuego situó al hombre en el estadio del progreso y lo liberó de las cadenas del sometimiento.
No es posible afirmar que el 15 de julio del 2008, Bruce Springsteen y la E Street Band entregarán de nuevo el fuego al resto de los mortales congregados en San Sebastián; simplemente, ellos eran el fuego. Una actuación incendiaria de más tres horas que levantó de su asiento incluso al más reticente a hacerlo. Difícilmente olvidarán esa noche los más de 40.000 donostiarras que asistieron al concierto.
Abrió el espectáculo Tunnel of Love, la canción bandera del disco del amor-desamor que Bruce regaló a sus fans en 1987 y que en San Sebastián fue entonada como un canto a la esposa pródiga que se subía de nuevo a la estela del banda más poderosa del Rock and Roll. Tras dicho momento de romanticismo, llegó la cita ineludible de Radio Nowhere, con Bruce Springsteen clamando al cielo en busca de alguien en algún lugar. Sin duda, un perfecto reflejo de la incomunicación tan presente en nuestros días. Sin embargo, en San Sebastián, más de 80.000 orejas estaban pendientes del Boss.
A continuación, Bruce encadenó No Surrender, Out in the street, The Promised Land y Hungry heart, formando un poderoso quinteto que combina la imaginativa prosa juvenil con el lenguaje más maduro, pero igualmente soñador, poderoso y alentador, de Bruce Springsteen.
La intro de batería de Summertime Blues sirvió para recoger las exigentes peticiones de los fans más pacientes, los de las primeras filas, aquellos que habían dormido al raso para poder estar más cerca de su ídolo y palparlo, aunque sólo fuera por un instante. La canción de Eddie Cochran transportó, aunque sólo fuera por unos minutos, a los maratonianos conciertos de la gira del Darkness, en 1978.
El ambiente ya estaba cargado de emoción antes que comenzara el concierto, pero si todavía quedaba alguna pizca contenida, se materializó cuando empezaron a sonar los primeros acordes de Sandy, tocada como homenaje póstumo a la irreparable pérdida de Danni Federici. The Phantom estuvo presente durante todo el concierto. Su influencia sobre la música del Boss y del resto de miembros de la banda es imperecedera. Sentimientos a flor de piel.
Growin’up y su poética historia de rebeldía juvenil imprimió al concierto un tempo diferente y alejó las notas de tristeza por la añoranza de Danni. Este Summer Tour es una fiesta continua y se dejan pocos espacios para la melancolía en los corazones de los fans.
El disco Nebraska estuvo representado en el concierto a través de la maravillosa versión eléctrica de Atlantic City. Le siguió Prove it all night, que sigue conservando la fuerza que le caracterizaba antaño y que revuelve los ánimos de cualquier espectador que se precie. Aquel que no se levante con esta canción está muerto.
Darlington County introdujo la nota festiva, mientras que Because the night está diseñada, en esta gira, para el lucimiento personal de Nils Lofgren, un guitarrista magnífico que se encuentra en un estado de forma insuperable. She’s the one, una de las canciones más injustamente olvidadas de Born to run, cogió el relevo y compuso una auténtica carta de amor apasionada, que también fue un reconocimiento póstumo a la música de Bo Didley, de quien Springsteen siempre interpretaba Mona y la enlazaba con She’s the One.
Living in The future y Mary’s Place fallaron y redujeron la intensidad del concierto, a pesar de los esfuerzos de Springsteen de componer un auténtico show soul en la segunda. El río de la vida, del compañerismo, de la amistad, de la fe y del amor ya se había comenzado a cruzar con la primera nota que sonó en Anoeta.
El círculo Tunnel of Love se completó con Tougher than the rest, una de las mejores canciones del disco. A continuación, llegó la épica. Las primeras notas de Incident on 57th street, surgidas del piano de Roy Bittan, sumergieron a los espectadores en el drama revisitado de West Side Story, en las desventuras de Spanish Johnny y Portorrican Jane y les trasladaron a un estadio intemporal, allá donde se confunde lo real con lo irreal, en la frontera entre la consciencia y el sueño. 10 minutos de música celestial; una auténtica opera urbana. Bruce no tocaba la guitarra, ésta hablaba y nos transportó a todos al cielo, un cielo del que no queríamos descender.
Tras la obligada visita al The wild, the innocent and the E Street Shuffle, fue el turno del cuarteto de canciones inamovible durante esta gira. The Rising se eleva como un canto a la esperanza y entrevé una luz, por muy pequeña que sea, al final del túnel tras tiempos funestos. Last to die es una feroz crítica contra la desacertada política de la Administración Bush a lo largo de los 8 años que ha permanecido en el poder, concretamente contra la incomprensible y cruel guerra de Irak. ¿Quién será el último en morir por un error?, clama Bruce. Parte de las consecuencias las encontramos en la canción que le sigue, Long Walk Home. El protagonista de la historia puede ser cualquier americano desconocido que retorna a su lugar de origen después de muchos años de ausencia. Nadie le reconoce, su historia ha sido borrada; su pasado, aniquilado. En otros tiempos, su padre le dijo que ese era un buen lugar para nacer porque nadie molesta y nadie te abandona. Debía confiar en esa bandera que ondeaba en el palacio de justicia de la localidad, que encerraba unos valores, unos principios grabados en piedra, aquello que éramos, lo que hacíamos y lo que nunca haremos. Sin embargo, todo ha cambiado, la gente ha cambiado y el país ha cambiado. Y todavía queda un largo camino a casa, así que mejor no esperar.

Parte de la desesperanza que contagia esta canción se diluye con los primeros redobles de batería de Max. Badlands entra en escena. Manos al aire, el corazón en un puño y la voz, convertida en furiosos gritos multiplicados por 40.000, se eleva imponente al cielo para clamar contra la dura realidad que nos causa dolor y desesperación. Bruce canta como si le fuera la vida en ello y en parte le va. Para él, que de pequeño ilustraba a Cristo crucificado en una guitarra, la salvación siempre ha estado en el rock and roll, tal como afirma Salvador Trepat en Canciones. Y Badlands es puro Rock and Roll, un lamento continuo con visos de esperanza de una vida mejor. Sangre, sudor y lágrimas, pero también puede que recompensa.
Tras un minuto de descanso, comienzan los bises. Armónica en la mano, la otra extremidad acaricia suavemente el instrumento, los labios del Boss la palpan suavemente. Se adivinan las primeras notas. Primeros aplausos tímidos, que luego se incrementan en intensidad hasta ahogar el instrumento. A continuación, silencio. Silencio, se toca. Suena Thunder Road. Tras el viaje por la carretera del trueno, cargada de ilusión y de desbordante inocencia juvenil, llega el turno de Born to run, una canción con más de 30 años a sus espaldas, pero que sigue sonando igual de fresca que antaño. El mensaje sigue presente y patente: ¿Estás dispuesto a hacer el viaje? No será fácil, pero esperanza no falta, así que súbete al coche y busquemos un lugar donde podamos caminar bajo el sol.
Bobby Jean, la obra maestra que Springsteen compuso tras la partida de Little Steven de la banda, adquirió un tinte melancólico, funesto, y más ahora cuando se multiplican los rumores de una posible descomposición definitiva de la E Street. No obstante, el público agitó los brazos como posesos para desmentir que esta gira pudiera ser un posible final. No, todavía os quedan muchos kilómetros por recorrer, muchas carreteras por quemar. No os rindáis, parecían sugerir esas extremidades levantadas al aire. Dancing in the Dark recuperó uno de los temas más bailables y comerciales del Boss, aunque no por eso menos brillante. American Land fue un canto a la diversidad cultural y a los inmigrantes que contribuyeron a construir Estados Unidos.
Para cerrar el espectáculo, Springsteen escogió Twist and Shout y la fusionó con La Bamba, tal como hacía en la gira Born in the USA y Tunnel of Love. El público acabo totalmente entregado, sumiso a las consignas que lanzaba Bruce. En el mundo del espectáculo es difícil ver hoy en día una comunicación tan fluida entre un artista y su público. Y Springsteen no sólo lo consigue, sino que se puede decir que los somete. Es un auténtico ídolo de masas y le es indiferente tener ante sí 5.000 personas que 80.000. Una vez, alguien comparó el dominio que ejercía Bruce sobre las masas al congreso del Partido Nazi que filmó y legó para la historia Leni Riefenstahl, que a posteriori se convertiría en una película, El triunfo de la Voluntad. Un concierto de Springsteen es un ritual, una celebración colectiva, una eucaristía en la que el líder habla y los demás escuchan y repiten.
Pero también es un sueño, un hecho sin precedentes. A lo largo de las tres horas que dura el concierto, los chicos de la calle E proponen un auténtico recorrido de sensaciones, emociones y ritmos, que abarcan el último tercio del siglo XX y el comienzo del siglo XXI. Tocar el cielo, descender al infierno, soñar, bailar, gritar, llorar, mentir, amar, crear, en definitiva, vivir. Estas palabras definen un concierto de Bruce Springsteen. El verbo, la palabra divina, el hombre. Ecce homo. No es una quimera, los sueños, a veces, se hacen realidad.

Por Jordi Sopena
(Fotos: Luisma-La Máquina de Huesos)

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