Drive All Night (en el día de su cumpleaños)

brucePor Luisen López Bascuas (Hardtow).
Drive All Night es una canción tan hermosa como terrible, desoladora. Habla de lo que sucede cuando se pierde aquello que da sentido y dirección a una vida. Por eso, aunque en ningún momento de la canción se diga explícitamente, muchos de nosotros nos imaginamos al protagonista conduciendo solo, por la noche, quizá lloviendo, atravesando carreteras secundarias, escuchando el monótono latir del limpiaparabrisas arañando el cristal del coche y atentos a cómo va desgarrándole el pecho el latir monocorde de su dolor. Y, sobre todo, lo imaginamos sin propósito ni destino y, justamente por eso, abocado al destino fatal al que han de resignarse aquéllos a los que se les ha arrebatado la dirección y el sentido, abocado a la locura.

Así lo reconoce nuestro antihéroe en los cuatro primeros versos de la canción: cuando te perdí también perdí mis propias entrañas (mi coraje) y desde entonces imploro a Dios que me conceda algo que tema perder, necesito una palabra, un sentido. Porque el sentido está enmarañado entre lo que nos importa y, al menos los hombres (no sabemos los dioses), siempre temen perder aquello que les importa. Y como el sentido es lo que nos libera, sin él somos prisioneros perpetuos, seres arrojados al calor asfixiante de una noche que hace que nos estremezcamos desde la cabeza hasta los pies. Todo este “razonamiento” desgarrado y angustiado desemboca en una conclusión trágica por imposible: lo único que quiero es abrazarte fuerte.

Sólo en este contexto puede entenderse la fuerza poética radical que adquieren los zapatos de la canción. Él volvería a conducir toda la noche otra vez sólo para comprarle unos zapatos. Y esta frase conviene entenderla de dos modos distintos. Quizá signifique, según una primera interpretación, que él está dispuesto a hacer aún la cosa más absurda (que ella le pida) sólo para saborear sus tiernos encantos; quizá los zapatos resultan el símbolo de lo bello para los habitantes de unos parajes cultural y sensualmente depauperados con lo cual el mensaje transciende lo absurdo y se instala en una realidad social empobrecida; quizá cualquier otra cosa pero, según esta primera lectura, siempre es él el que resulta hacer algo que le hace bien a ella (llevarle los zapatos que desea).

Sin embargo, yo no creo que esta sea la única posible lectura; existe otra, más punzante y vertiginosa que rescata una palabra olvidada en la interpretación anterior: la palabra again. El protagonista dice que conduciría otra vez toda la noche para llevarle unos zapatos. Esto nos hace pensar que él ya ha conducido toda la noche en otras ocasiones como está haciendo ésta en la que nos canta la canción, noches enteras frente a un volante que no le conduce a sitio alguno porque no tiene ningún sitio donde ir. Bajo esta interpretación los zapatos aportan el sentido y la dirección. Ahora es ella la que hace algo por él, hace justo lo que él necesita, proporcionarle un destino, ahora sabe que conduce para comprarle unos zapatos, sabe que eso significa que los tiernos encantos de ella son suyos. Por tanto, la causalidad se invierte, según la primera interpretación la causa de que saboree sus encantos y duerma con ella en sus brazos es el hecho de comprar los zapatos; según la segunda interpretación la causa de que ella le pida comprar unos zapatos es que ya está dispuesta dormir junto a él entre tiernos abrazos. La interpretación agónica de Bruce favorece esta segunda interpretación: el protagonista de la canción clama en la tormenta para que ella le proporcione un sentido, para que ella le pida ese par de zapatos que posibilitará el camino de regreso hacia el calor de sus abrazos. (Después de todo no parece arbitraria la elección de unos zapatos como el talismán de esta canción)

El proceso de agonía en busca de sentido se sustancia aún más en la siguiente estrofa. Nuestro antihéroe ve con claridad que su fin es el más terrible, su fin es el que se reserva a los ángeles caídos. Ya se escucha como los llaman desde lo más oscuro de la noche, son voces de extraños que claman gritos de derrota. Ajeno a su voluntad, el coche avanza irremisible e inmisericorde, entre la lluvia, hacia ese lugar de desamparo y confusión. Bruce aúlla, quiere que esos extraños, que esos ángeles caídos se vayan, que desaparezcan, no quiere participar en sus danzas de muertos, pero el coche sigue avanzando por esa embarrada carretera que desembocará en el centro de su locura. La pérdida de sentido se materializa y nuestro antihéroe entra de lleno en un delirio que se va derramando por toda la canción confundiéndose con la lluvia tenaz que no deja de martillear en los cristales de un coche que se precipita hacia su perdición. La primera gota destilada de delirio hace referencia, justamente, al llanto. Le pide a la chica (que no está) que seque sus ojos. Seguramente es él quien haya empezado a llorar desde el agujero más insondable del desconsuelo; sin embargo, su mente se rebela y trata de no naufragar entre esas aguas de dolor profundo erigiéndose en el fingido salvador de una chica que ya no está. Y el coche sigue avanzando y Bruce vuelve a rugir, desde una oscuridad sin fisuras, que conduciría toda la noche otra vez sólo para comprar ese maldito par de zapatos tejidos ya con los hilos de la locura.

A partir de aquí la canción se despeña por entre las rocas de un acantilado. El delirio avanza, aunque hay fuego en los arrabales de la ciudad ya no pueden hacernos daño porque, chica, tú tienes mi amor. Un amor sostenido en el fondo mismo de mi deseo, anclado en mi alma y en mi corazón, un amor que avanza a través del viento, de la lluvia y de la nieve. Algunos optimistas piensan que aquí hay un indicio de redención. Una posibilidad de recuperar el amor perdido. Yo no lo creo. Ese amor sigue despeñándose por el precipicio y acabará sepultándose en el mar. Porque es un amor unilateral. Ella no está. Ella no llora. Ella no teme, no va a ser dañada. Todo es proyección del dolor. No llores, le grita (se grita) una y otra vez desde un oscuro abismo y casi podemos ver la cara de nuestro antihéroe anegada en lágrimas de desesperación. Mientras, el coche sigue avanzando, a través de la lluvia, a través del viento, a través de la nieve, avanza hacia ninguna parte, avanza privado de sentido y propósito, enfangándose cada vez más, deshaciéndose entre los guijarros afilados de un camino que no tiene vuelta atrás.
bruce
La música nos hace entrar en trance. Los pulsos del Garry, atacados por los golpes tenues de Max y envueltos por las gotas de textura casi metálica de Bruce (que toca el piano) nos colocan en unas esferas del sentir que aún no han sido descritas con palabras. El órgano (de Roy en este caso) hilvana un tenue manto en el que se agazapa el olvido. El saxo de Clarence anuda cada una de las angustias a un poste solitario de desesperanza. Y la interpretación de Bruce estremece. Pocas veces hay una tan profunda conjunción entre lo que la canción dice y el modo en que Bruce lo dice (de eso va el arte después de todo, en adecuar forma y fondo). Bruce nos canta desde un oscuro infierno que es imposible nombrar. Cada palabra habita una caverna henchida de dolor, cada grito alimenta una nueva veta de desamparo. El resultado es una canción casi perfecta que nos sobrecoge. Una canción que nos hiela la sangre y nos desintegra el corazón.

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