En tiempos de recesión: Youngstown

bruce springsteenEstamos en tiempos de recesión. Bruce lo ha hecho explícito en esta gira taladrando nuestra conciencia social con canciones como Seeds, Johnny 99, The Ghost of Tom Joad, Hard Times o Youngstown. Quizá venga bien pensar un poco sobre estas canciones. Por mi parte, quiero compartir con vosotros lo que me sugiere Youngstown. Perdonad, una vez más, la extensión del comentario.
Youngstown es una canción durísima que contiene la más amarga crítica social que pueda hacerse, aquélla que muestra cómo la sociedad aniquila al hombre; al menos a algunos hombres. Más aún, y creo que esta es la parte más lúcida e inquietante de la canción, Youngstown muestra cómo se las apaña el sistema para conseguir que algunos de sus miembros se autoaniquilen, al menos en aquellos aspectos que les constituyen como seres humanos.
La canción comienza con una primera estrofa informativa, aunque su última frase consigue ya dirigirnos la mirada: “Here in northeast Ohio, back in eighteen-o-three, James and Dan heaton found the ore that was linin´ in Yellow Creek; they built a blast furnace here along the shore, and they made the cannonballs that helped the Union win the war”. A continuación el estribillo, sencillo, se repetirá casi como un mantra: “Here in Youngstown, here in Youngstown; my sweet Jenny I´m sinkin´ down here darlin´ in Youngstown”.
La siguiente estrofa es brillante y da cuerpo a toda la canción proporcionándole la estructura sobre la que podrá descansar toda la fuerza expresiva que contiene. En ocho líneas aparecen tres generaciones y dos mundos paralelos (uno físico y otro espiritual, aunque el espiritual apela al lado oscuro del espíritu). Estos dos mundos resultan estar magistralmente interconectados de modo que a uno se le hace presente, de modo inmediato, toda la tragedia contenida en la canción. Véase:
“Well my daddy worked the furnaces, kept´em hotter than hell; I come home from ´Nam worked my way to scarfer, a job that´d suit the devil as well; taconite coke and limestone, fed my children and made my pay; them smokestacks reachin´ like the arms of God, into a beautiful sky of soot and clay”.
Ahí están las tres generaciones, el protagonista, que viene de Vietnan y consigue trabajar de ensamblador (un oficio apropiado para el mismo diablo), su padre que trabajaba en los hornos (manteniéndolos más calientes que el infierno) y sus hijos alimentados por el coque de taconita y la caliza. Y también está la astuta urdimbre, el hábil entretejimiento de los dos mundos mencionados. Los referentes físicos o concretos si se prefiere (los altos hornos, el ensamblador, el coque de taconita-la caliza, las chimeneas y el hollín-la arcilla) invocan a sus contrapartidas “espirituales” o abstractas (el infierno, el diablo, el alimento y la paga –que no la comida y el dinero-, los brazos de Dios y el cielo). Este paralelismo se extiende a otras estrofas; por ejemplo, en la primera aparece el emparejamiento bala de cañón (físico-concreto) con guerra-destrucción (espiritual-abstracto). Así, la canción admite dos lecturas paralelas en planos diferentes. Uno podría leer, por ejemplo, “Trabajo en los altos hornos, soy ensamblador y hago balas de cañón”; pero también se podría leer. “Trabajo en el infierno, soy el diablo y propicio la destrucción”.
Por supuesto, como es natural y ya he señalado, lo más interesante es ensamblar ambas lecturas y caer en la cuenta de que el infierno se ha instalado en la tierra desde el momento en que los hombres decidimos hacer de la tierra un infierno. El efecto expresivo es poderoso y sobrecogedor. El protagonista se convierte en el diablo, es verdad, pero ¿qué otra cosa se puede ser cuando te ponen a vivir en el infierno? Y la estrofa todavía nos da más, al menos dos cosas más. Por un lado, la rabia de un padre que alimenta a sus hijos con inmundicias (no hay que perder de vista el doble plano de significado del que venimos hablando). El coque de taconita y la caliza alimenta a mis hijos, nos cuenta el protagonista con una cierta furia contenida. De nuevo, la imagen tiene una fuerza muy poderosa que le viene de la aguda selección léxica acompañada de una condensación en la expresión del concepto extraordinariamente notable. Porque aquí hay varias cosas en juego. Para empezar, y si se me permite el juego de palabras, el maná (que todos merecemos) se ha transformado en mena (lo que algunos obtienen como fruto del trabajo aludiendo, así, a la expulsión del paraíso). En efecto, deberíamos tener derecho a la vida por la simple razón de haber nacido; de hecho, esto es lo que Dios siempre prometió (recuérdense a los pajarillos del campo que, sin trabajar, obtienen su ordinario sustento; y ésta es también, en cierta medida, la idea del maná); sin embargo, en el mundo del protagonista el pan se gana con el sudor de una frente explotada y oprimida; es esa mena convertida en coque de taconita y caliza lo que tendrá que alimentar a sus hijos. No lo que viene de la mano de Dios, sino lo que se produce en los hornos del infierno. Da a sus hijos el producto de su endemoniamiento. Pero, por otro lado, la estrofa nos reserva otra imagen impactante, la de un Dios que estira sus brazos para elevarnos al cielo; el problema es que que el cielo resulta ser no más que hollín y arcilla, pero ¿qué podríamos esperar si los brazos que a él nos elevan salen, paradójiamente, de las profundidades del averno?
La tercera estrofa resulta aún más dramática, justamente al hilo de todo lo explicado anteriormente. Si creíamos que el infierno era trabajar en esas condiciones, ¿qué será entonces no tener trabajo en absoluto?
El padre de nuestro protagonista vuelve de la segunda guerra mundial, pero el patio está ahora lleno de escombros y desperdicios, ya no puede ganarse la vida haciendo lo único que le enseñaron a hacer. Pero nadie parece preocuparse por ello. Así que el padre sentencia: estos tipos han hecho lo que Hitler no consiguió hacer. Por su parte, los hijos son enviados a Vietnan y Corea; a la vista de lo ocurrido con el padre uno se pregunta para qué fueron a morir allí.Y es que, al final es siempre la misma vieja historia, tal y como
Bruce nos canta a continuación:
“From the Monongahela valley, to the Mesabi iron range, to the coal mimes of Appalachia, the story is always the same; seven hundred tons of metal a day, now sir you tell me the world´s changed, once I made you rich enough, rich enough to forget my name”.
Así es. Vivimos en un mundo indecente, porque indecente es que unos vivan en la opulencia y otros mueran en la inanición, y nadie (de entre los que vivimos en la opulencia, claro) parezca inmutarse. Seguimos adelante como si no pasara nada, como si no fuera con nosotros, como si estuviéramos exentos de toda responsabilidad. Mientras te hago rico, toda va bien, más o menos. Luego tú me quitas mi trabajo y no pasa nada. Pero si a consecuencia de ello yo robo tu dinero, entonces sí que pasa. Claro, porque hay una ley que me impide robar tu dinero, pero no hay una ley que a ti te impida robar mi trabajo. Y la explicación es muy sencilla: tú eres el que haces las leyes. Esta canción es un grito desgarrado contra este estado de cosas. Ni siquiera la canción grita “basta ya”; no, el protagonista de la canción simplemente cuenta su historia, esto es lo que habéis hecho (lo que hemos hecho), esto es en lo que me habéis convertido (en lo que le hemos convertido).
En este sentido la última estrofa, la conclusión de la canción, es de una brutalidad extrema. Sobrecoge el alma escuchar cantar a Springsteen estos últimos versos con la furia y la rabia que lo hace:
“When I die I don´t want no part of heaven, I would not do heaven´s work well; I pray the devil comes and takes me to stand in the fiery furnaces of hell”.
bruce springsteenEs tan dramático como presenciar a un hombre renunciando a su propia salvación. Escuchar a un hombre haciendo del dolor su residencia natural. No sólo aceptando, sino militando ahora en las huestes de lo demoniaco. El sistema ha conseguido no tener tan siquiera que condenar al hombre. En un alarde de perversión, ellos mantienes sus manos “limpias” mientras el hombre se condena a sí mismo. Si he tenido que acostumbrarme a vivir en esta vida sin conocer el paraíso, lo único que pido para la otra es que el diablo me lleve al lugar al que pertenezco; eso grita el protagonista de Youngstown, helándonos la sangre a todos los que le escuchamos. Y con ese grito, con ese golpe de efecto poético magistral, los dos mundos paralelos invierten sus papeles, el mundo espiritual que hasta ahora en la canción era una abstracción aludida, se materializa y se hace real en el corazón inmortal de un hombre concreto. Resulta un ejercicio interesante comparar las dos estrofas finales the This Hard Land y Youngstown (probablemente, dos de los mejores finales de toda la carrera de Springsteen) y ver a qué lugares tan diferentes y tan parecidos nos conducen.
A todo lo dicho hay que añadir la impresionante interpretación que suele hacer Springsteen en esta canción. Escupe las palabras como si echara sulfuro por la boca. En tres ocasiones sostiene un grito roto que te desgarra desde dentro. Dos de ellas con la palabra Youngstown y la tercera, la más impactante, al final de la canción, cuando nuestro hombre pide que el diablo se lo lleve al infierno. Entonces ahí Bruce sostiene la palabra “hell” en un grito, eterno como la condena del hombre, de desafío, de desesperación y de valentía ante la derrota. Y con el grito de Bruce se funde la guitarra de Nils Lofgren, aquí, una vez más “the godfather of the guitar, the great, great, Nils Lofgren”. Lo que suele hacer Nils con la guitarra para culminar Youngstown va más allá de las palabras. Sólo existe una que describa con tino su interpretación: mefistofélica. Nils nos ofrece una interpretación mefistofélica que hace saltar azufre de las cuerdas de su guitarra. Los dedos de lucifer son los que recorren el instrumento –no podrían ser otros- y Nils nos demuestra que está claramente poseído porque no puede parar durante la ejecución de su solo. Gira, salta, se mueve acá y allá como dirigido por la mano de Belcebú. La música es prodigiosa, tensa. En un momento de la canción la batería de Max presiona a Nils con una cadencia endiablada, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, hasta que la guitarra de Nils vuelve a estallar en un tono agudo que te atraviesa. Así, con los lamentos de la guitarra, va muriendo Youngstown, en un final épico que sólo anuncia el olvido.
Confiemos en que la música nos rescate los olvidos.

Por Luisen López Bascuas (Hardtown).

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