14 Sep Racing In The Street
Por Luisen López Bascuas.
Para empezar por el principio hay que decir que Racing in the Street es una canción hermosísima. Tanto, que podría decirse que su propia belleza porta el significado de la canción. Si se sustituyesen todas las palabras por sílabas sin sentido, al terminar la canción nuestro corazón tendría la misma sensación que tras hacer un análisis sesudo de su contenido. Tal es la primera grandeza de esta composición extraordinaria. Composición que no puede tomarse como un fruto del azar. El proverbial perfeccionismo springsteeneano tuvo terreno abonado en este tema y se cuenta que la versión cuadragésima sexta que interpretó la banda fue la que finalmente pudo satisfacer los exigentes oídos de Bruce.
Y, sin embargo, la idea de fondo que da vida a la canción es tan simple que resulta casi imposible de entender. Su simpleza le da su enorme belleza y su insondable profundidad. Tal idea podría resumirse en una frase aparentemente tautológica: el mejor modo de acabar haciendo algo es empezar a hacerlo.
Parece carecer de contenido pero, por el contrario, está preñada de ellos. Nos recuerda que, en este mundo que nos ha tocado vivir, la muerte pasa por no-hacer y que hacer siempre produce cambios que bien pudieran acabar, justamente, en nuestro destino. Nos recuerda, de hecho, al cuento de las dos ranitas que cayeron en un bidón de nata. El viscoso líquido no les permitía avanzar e irremisiblemente se hundían poco a poco. Al principio las dos agitaban sus patas con furia tratando de salir, sólo para comprobar que no avanzaban un ápice, que sólo conseguían hundirse un poco más despacio. Al constatar este hecho una de las ranas se rindió. Era absurdo, pensaba, retrasar una muerte cierta. Así que dejó de patalear y al poco murió ahogada. La otra rana, por el mero hecho de no morir hasta el momento justo en que le llegara su hora, siguió pataleando haciendo más lento su camino al fondo del bidón. No tenía esperanza alguna de salvarse, sólo no quería morir ni un instante antes de lo necesario y por eso, aunque estaba agotada, seguía moviendo sus patas con furia. Con tanta fuerza agitó sus patas que la nata cuajó convirtiéndose en una especie de mantequilla semisólida en la que consiguió apoyarse lo suficiente como para llegar al borde del bidón y salvar su vida.
La canción insiste, por tanto, en esa vieja idea de que de la nada, nada sale y que, por tanto, no hay nada que crear y todo que construir. Los ladrillos y la argamasa los llevamos adheridos a los dedos y a las entrañas. Coraje es lo que se requiere para colocar los cimientos y tenacidad lo que se precisa para seguir adelante. Tal es el tema de la canción, veamos ahora cómo discurre la trama.
En su primera parte, la canción distingue dos (¿quizá tres?) grandes grupos de personas: los que se dejan morir (simplemente por renunciar a vivir) y los que deciden vivir (simplemente porque renuncian a morir). Ya este arranque tan hirientemente esquemático nos hace temblar. Aquí no se muere por caer ante enormes fuerzas del mal (aunque sean éstas las que consolidan la inercia que nos arrastra), ni se vive en aras de hacer verdad ciertos transcendentes ideales. No; en el mundo de Darkness se muere por abandono, por olvido, por ausencia y se vive poco menos que por casualidad; quizá por un encuentro, por un recuerdo o por una presencia. Pero la casualidad conduce a la causalidad y este es el mensaje de fondo que se esconde tras cada lamento.
Mejor que empezar a morir poco a poco, trozo a trozo, despedazado por esas fuerzas oscuras que no puedo ver, mejor que no defenderse y morir es disparar, aunque sea al azar y sin saber de dónde viene el peligro, disparar y ver qué resulta. Lo que resulta es un coche. Y si lo que tengo es un coche debe ser que he nacido para correr. En un mundo donde todas las cartas parecen marcadas, al menos el coche le he hecho yo mismo, desde cero, con la ayuda de mi socio, Sony. Y en mi coche pongo todo mi sentir. No es casualidad que el protagonista describa su coche con el mismo cuidado y ternura con los que una madre describiría las primeras lindezas de su bebé recién nacido. Después de trabajar sólo queda correr por las calles, las que sean, las interestatales, las estatales o las secundarias. El dolor puede transitar por todos los niveles del sentir. Aunque estas carreras se presentan, en primera instancia, como un espacio de libertad (es la vida opuesta a la del trabajo alienante), Bruce nos avisa enseguida de lo falaz que es ese pensamiento: él y Sony corren por dinero. Esto les delata. Sería romántico correr por correr, o por sentir el viento en la cara, o por desanudar el miedo tras cada curva, o por arrojar la angustia por la ventana, o incluso por ganar. Pero correr por dinero es un tanto mezquino. Es esta, a mi juicio, una genial llamada de atención que ilumina el sentido último de la canción. Los pobres no pueden tener moral: sobrevivir es la regla. O dicho de otra manera que, aunque parezca lo contrario viene a decir lo mismo, los pobres no pueden tener espiritualidad, sólo religión (como nos recuerdan otros comentaristas de esta misma canción). Para empezar por lo menos dramático, el correr por dinero no es más que el producto natural de lo que la sociedad ha hecho de ellos (si cortas una pierna a tus súbditos seguramente tendrás ciudades llenas de cojos); pero, aún más inquietante, el correr por dinero pone de manifiesto la necesidad de encontrar un sentido (espurio) a algo que carece intrínsecamente de sentido. Lo que nuestro protagonista clama a voces al decir que corre por dinero es que la vida de las carreras es tan absurda como la vida del trabajo. Sólo la diferencia una cierta ilusión de pensar que esa segunda vida absurda la ha elegido uno mismo. Pero, curiosamente, justo en esta ausencia de sentido construido, encuentran nuestros chicos la posibilidad de no morir.
También hay una chica por las carreteras y también tuvo que disparar en la oscuridad para intentar salvar su vida. De nuevo el mundo imponiendo sus cánones: si soy así de mona (así de desgraciada) debe ser que debo ir con un tipo guapo (con cualquier tipo) en un buen coche (en cualquier coche). Así que la chica mona (desgraciada) comenzó a recorrer carreteras al lado de un desconocido. Quién sabe las historias de desencuentro, los momentos vacíos que habrá tenido que sufrir nuestra chica con ese tipo de Los Angeles. Y, entonces, en alguna carretera insignificante, los dos disparos que se hicieron al azar se cruzan y del azar se hace necesidad, consumándose así, el primer milagro de esta canción. Es milagro porque un hacer absurdo (hacer carreras en la calle, montarse en el coche del primer tipo que promete salvación) les coloca en un punto donde pueden encontrarse. Así que nuestros chicos se encuentran y toman sus decisiones. Una vez más, añadiendo más dramatismo a la canción, son decisiones un tanto ciegas; quizá un segundo disparo en la oscuridad, aunque ahora es un disparo compartido: ella decide dejar al tipo de L.A. por el rebelde y el chico duro decide enamorarse…o algo parecido.
Que la decisión es ciega lo pone de manifiesto lo que ocurre en los tres años siguientes: él sigue haciendo carreras como un autómata y ella derrama lágrimas en la noche por entre las arrugas de sus ojos, los ojos de alguien que odia haber nacido, los ojos que ya solo pueden alcanzar a ver sus sueños hechos pedazos. El momento más sobrecogedor de esta segunda parte de la canción se nos cuenta inmediatamente después que sabemos que la chica se duerme cada noche entre lágrimas: él llega de sus absurdas carreras a una casa oscura (ella se ha intentado dormir sola, llorando), él se acerca a la cama y ella, entre suspiros le pregunta, “mi niño, ¿te ha ido bien hoy?”. Y en esta frase están las dos cosas: el sentido y el sinsentido, la pérdida y la esperanza. El sinsentido se adivina en la casa oscura, en las lágrimas de ella, en su vuelta de las carreras (que no es explícita en la canción), en los sueños rotos que él ha de apartar con sus botas hasta llegar a la cama. La esperanza está en las palabras de ella -tan dulces y generosas- y en la decisión que él toma al ver los ojos de su chica en la oscuridad.
Un amor que no existía ha obrado el segundo milagro de esta canción. Ni él encontró sentido en el amor de ella (después de todo seguía corriendo) ni ella encontró sentido en el amor de él (después de todo tras cada día vacío se sienta en el porche para contemplar una noche que le recuerda que no debió ver amanecer) y, sin embargo, el anhelo de ese amor aún no cumplido permite que ambos apunten sus armas, por primera vez, no al azar ya, en la dirección correcta. En efecto, es el deterioro de un amor que nunca fue el que se convierte en indicador de lo que debería ser. No debería dejarle correr así, piensa ella, no debería dejarle llorar así, piensa él. Al final acaba siendo… verdad, lo que comenzó simplemente… siendo.
Y así se entra en la tercera parte de esta canción mágica, la parte más emotiva de la misma donde los protagonistas despiertan y deciden renacer. Van a ir (¿conduciendo?) juntos hasta el mar y allí van deshacerse de esos pecados que han manchado todo lo que han tocado hasta ese momento. Impacta sobremanera que los pecados estén en sus manos y no en sus corazones. Su corazón les pertenece, sus manos eran manos esclavas. Ahora han descubierto que las heridas abiertas (¿qué otra cosa es el pecado?) han de ser cicatrizadas (¿qué otra cosa es el bautismo?) con la sal del mar. Porque se requiere todo un océano para salvar a dos almas extraviadas.
No debemos pasar con rapidez sobre esta escena tan llena de emoción. Ese camino hasta el mar; esa rabia lavándose los pecados en una playa oscura, ese amor recién encontrado tras tres años de titubeos…todo ese renacer, tiene efectos inmediatos. El primero, se deshacen de las fuerzas oscuras que controlaban sus vidas (señor, más vale que se aparte de nuestro camino); el segundo, esta vez se van a hacer carreras juntos, con un amor renovado que les da fuerza y sentido y, tercero, las carreras adquieren un nuevo significado, ya no les alejan de donde no quieren estar, ahora les precipitan hacia donde quieren ir.
Y cuando las palabras agotan sus posibilidades, la música toma el relevo. El final de la canción es prodigioso. El piano de Roy y el órgano de Danny trenzan los hilos musicales de la compasión y la esperanza. También de la resistencia. Esa compasión y esa resistencia han permitido la consecución de dos milagros consecutivos. E incluso, un tercero, más grande que los otros dos. El mayor milagro que sucede en la canción (y que engloba a los dos que hemos relatado) es el que permite a los protagonistas salvar sus almas a pesar de que cometan DOS veces el mismo error. Quizá no hay tal error, tan sólo se premia la voluntad de resistir mediante un hacer aunque este hacer sea ciego. Las notas de Roy y Danny se encadenan a los desheredados, a los que han sido engañados y desposeídos, a los que siguen aún andando a ciegas en busca de su posibilidad de redención. Esa música va ascendiendo, pero sobre su propio terreno y, paulatinamente, va asomando esa compasión liberadora, poco a poco va apareciendo un destello de esperanza. Los teclados dibujan un pasaje lleno de calor y ternura que acoge las vidas de esos desterrados sin culpa. Y la canción parece no acabar nunca, como si quisiera hacer tradición de la mera repetición aunque lo que se repita no tenga sentido transcendente alguno. Es como si Bruce quisiese ilustrar con la música lo que ha venido desgranando en la canción a través de las palabras. Cuando la canción se disipa entre las últimas notas, sólo vemos a lo lejos las luces rojas del coche de nuestros héroes que se alejan de las aguas del bautismo y levantan ya el polvo de su discurrir por la tierra (prometida).